La poesía es, sin lugar a dudas, la previa del alarido,
del grito de hartazgo, del pedido de auxilio de las
gargantas resquebrajadas. La poesía es la mejor versión
de nosotros mismos, de nosotras mismas, murmurando
sobre el papel lo que el mundo merece saber sobre
quiénes somos y, especialmente, sobre las cosas que
cargamos.
El murmullo de un río manso adormece, por eso la
poesía precisa de los saltos y las cascadas que convierten
la quietud del agua en trueno y aluvión.
Le hace falta el ruido para alcanzar las tierras donde
podrá anidar y reproducirse. La cascada es el impulso que
toma el agua para alcanzar las orillas donde aguardamos
bajo el sol, con un paisaje eterno grabado en los ojos.
Ofrézcanle siempre un cuenco de poesía fresca a quien
ande con sed de mundo.
Esa dualidad río-cascada se hace evidente en el trabajo
poético que construye la ilustradora Cinwololo que, en
furiosa sinestesia, va reconfigurando las líneas del dibujo
para imprimir en su escritura la dulce huella de lo simple,
que porta la fuerza suficiente para alcanzar todas las orillas.
En la búsqueda de su propia voz, de su propio grito, la
autora va soltando un puñado de murmullos sobre el
papel, fogoneando a quienes han sabido encontrarse
y reconocerse en la sublevación al impiadoso orden de
lo silencioso.

                                                Juan Solá, en el prólogo

Orillas - Cinwololo

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La poesía es, sin lugar a dudas, la previa del alarido,
del grito de hartazgo, del pedido de auxilio de las
gargantas resquebrajadas. La poesía es la mejor versión
de nosotros mismos, de nosotras mismas, murmurando
sobre el papel lo que el mundo merece saber sobre
quiénes somos y, especialmente, sobre las cosas que
cargamos.
El murmullo de un río manso adormece, por eso la
poesía precisa de los saltos y las cascadas que convierten
la quietud del agua en trueno y aluvión.
Le hace falta el ruido para alcanzar las tierras donde
podrá anidar y reproducirse. La cascada es el impulso que
toma el agua para alcanzar las orillas donde aguardamos
bajo el sol, con un paisaje eterno grabado en los ojos.
Ofrézcanle siempre un cuenco de poesía fresca a quien
ande con sed de mundo.
Esa dualidad río-cascada se hace evidente en el trabajo
poético que construye la ilustradora Cinwololo que, en
furiosa sinestesia, va reconfigurando las líneas del dibujo
para imprimir en su escritura la dulce huella de lo simple,
que porta la fuerza suficiente para alcanzar todas las orillas.
En la búsqueda de su propia voz, de su propio grito, la
autora va soltando un puñado de murmullos sobre el
papel, fogoneando a quienes han sabido encontrarse
y reconocerse en la sublevación al impiadoso orden de
lo silencioso.

                                                Juan Solá, en el prólogo