Voraces como el deseo, acuciantes como el hambre, sinvergüenzas, atrevidos; estos textos sudan, se agitan, vierten lágrimas, tienen el pulso de la sangre. Se plantan con rabia frente a la ignominia pero no la esquivan, en ese barro chapotean y se ensucian porque ahí, entre la tierra y el agua servida de las miradas que califican, seleccionan, imponen sus medidas y sus protocolos es donde la rebelión hace cuerpo, hace aparecer cuerpos. Con toda su materialidad, ocupando espacio, reclamando espacio, tomando lo que merecen o lo que quieren porque qué importa merecer, merecer para quién. Estos textos tienen la urgencia del cuerpo, la misma de respirar, la misma de la dentellada frente al bocado y de la última caricia antes del éxtasis. Un cuerpo de textos sobre el cuerpo. Y sin el cuerpo, no hay nada.

Marta Dillon

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Voraces como el deseo, acuciantes como el hambre, sinvergüenzas, atrevidos; estos textos sudan, se agitan, vierten lágrimas, tienen el pulso de la sangre. Se plantan con rabia frente a la ignominia pero no la esquivan, en ese barro chapotean y se ensucian porque ahí, entre la tierra y el agua servida de las miradas que califican, seleccionan, imponen sus medidas y sus protocolos es donde la rebelión hace cuerpo, hace aparecer cuerpos. Con toda su materialidad, ocupando espacio, reclamando espacio, tomando lo que merecen o lo que quieren porque qué importa merecer, merecer para quién. Estos textos tienen la urgencia del cuerpo, la misma de respirar, la misma de la dentellada frente al bocado y de la última caricia antes del éxtasis. Un cuerpo de textos sobre el cuerpo. Y sin el cuerpo, no hay nada.

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