Los muros de este libro reflejan un interior sombrío, pero cargado de luces que centellean en los ojos del mundo. Espejos. Vidrios. Cristales. Un sinfín de ecos se repiten en estos versos para dar cuenta de lo que está bien adentro, en el fondo de una casa, en lo más visceral de un cuerpo. La poesía de Natalia Carrizo es un enjambre que anida palabras, esas que permiten abrir la puerta y salir a ver las estrellas. Leemos La casa de los espejos aprisionadas a nuestra propia voz, escuchando la garganta de las poetas que aparecen en estas páginas como pidiendo lugar para entrar en el aquelarre de la historia. Estamos todas. En cada verso estamos todas: las hijas, las madres, las abuelas y sobre todo las niñas que necesitan recitar, con sus vestidos mortaja y sus jardines colmados de ladridos, las canciones que les permitan escapar.

Un hilo despliega a otro: una caja musical descubre a la bailarina, una jaula deja escapar al pájaro y luego se traga las llaves de todas las puertas. Una escritura en abismo nos invita a rompernos y a volver a unir las piezas de los espejos estallados. La autora “se vuelve íntima y escribe poemas como reflejos contrapuestos”, dice Cecilia Solá en el prólogo. Asistimos a una ceremonia donde la araña teje las palabras que se necesitan para huir de la asfixia y de los mil dobles que nos habitan. Somos parte de un rito donde el acto reflejo es empañar, con el aliento húmedo, aquello que se esconde en los vértices de la poesía. "

La casa de los espejos - Natalia Carrizo

La casa de los espejos - Natalia Carrizo
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Los muros de este libro reflejan un interior sombrío, pero cargado de luces que centellean en los ojos del mundo. Espejos. Vidrios. Cristales. Un sinfín de ecos se repiten en estos versos para dar cuenta de lo que está bien adentro, en el fondo de una casa, en lo más visceral de un cuerpo. La poesía de Natalia Carrizo es un enjambre que anida palabras, esas que permiten abrir la puerta y salir a ver las estrellas. Leemos La casa de los espejos aprisionadas a nuestra propia voz, escuchando la garganta de las poetas que aparecen en estas páginas como pidiendo lugar para entrar en el aquelarre de la historia. Estamos todas. En cada verso estamos todas: las hijas, las madres, las abuelas y sobre todo las niñas que necesitan recitar, con sus vestidos mortaja y sus jardines colmados de ladridos, las canciones que les permitan escapar.

Un hilo despliega a otro: una caja musical descubre a la bailarina, una jaula deja escapar al pájaro y luego se traga las llaves de todas las puertas. Una escritura en abismo nos invita a rompernos y a volver a unir las piezas de los espejos estallados. La autora “se vuelve íntima y escribe poemas como reflejos contrapuestos”, dice Cecilia Solá en el prólogo. Asistimos a una ceremonia donde la araña teje las palabras que se necesitan para huir de la asfixia y de los mil dobles que nos habitan. Somos parte de un rito donde el acto reflejo es empañar, con el aliento húmedo, aquello que se esconde en los vértices de la poesía. "