Nunca sabemos cuál va a ser nuestro último juego, nuestro último amanecer, nuestra última mirada, nuestra última frase.

Un colibrí cae herido sin sospechar que ese sería su último vuelo.

Una mujer lo encuentra, en el sentido cabal del término.

Lo ve, en el sentido más profundo de la palabra.

Y comienza el milagro.

La mujer cuidó de él, delicada, diaria, esmerada, incansablemente. Fue a combatir allí donde cualquiera hubiera abandonado, veló sus días y sus noches, amó, protegió, alimentó, acompañó un destino inexorable. En el trayecto aceptó que no era dios, que vivir y volar eran sinónimos, que el final no estaba en sus manos, que la vida diminuta que acompasaba sus pasos iba a irse. Y comprendió el valor incalculable de una pluma".

Inés Estévez, en el epílogo 

Diario de colibrí - Cinwololo

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Nunca sabemos cuál va a ser nuestro último juego, nuestro último amanecer, nuestra última mirada, nuestra última frase.

Un colibrí cae herido sin sospechar que ese sería su último vuelo.

Una mujer lo encuentra, en el sentido cabal del término.

Lo ve, en el sentido más profundo de la palabra.

Y comienza el milagro.

La mujer cuidó de él, delicada, diaria, esmerada, incansablemente. Fue a combatir allí donde cualquiera hubiera abandonado, veló sus días y sus noches, amó, protegió, alimentó, acompañó un destino inexorable. En el trayecto aceptó que no era dios, que vivir y volar eran sinónimos, que el final no estaba en sus manos, que la vida diminuta que acompasaba sus pasos iba a irse. Y comprendió el valor incalculable de una pluma".

Inés Estévez, en el epílogo